El blog, nos permite no solo mostrar nuestros trabajos sino también compartir nuestra vida, nuestra familia, nuestros viajes, nuestras emociones y por qué no nuestra espiritualidad. Nos estamos acercando a la Navidad y no podemos solo ocuparnos de los adornos de la casa y de los regalos para el árbol, también tenemos que aprovechar para dar gracias y para evaluarnos para ser año a año mejores personas.
Comparto con uds. una reflexión sobre el Padre Nuestro.
Los
apóstoles pidieron a Jesús una oración.
Jesús en la
montaña enseñó por primera vez el Padre Nuestro.
Es la única fórmula de oración que ha aconsejado Jesús.
Una de las
oraciones más sencillas del mundo. Una oración sin
literatura,
sin pretensiones teológicas, sin jactancias y sin servilismo.
La más hermosa de todas.
Pero si el
Padre Nuestro es sencillo, no todos lo entienden. La secular
repetición,
mecánica repetición de la lengua y de los labios, la
repetición
milenaria, formal, ritual, desatenta, indiferente, ha hecho
de él una
sarta de sílabas cuyo sentido primitivo y familiar se ha perdido.
Releyéndolo
hoy palabra por palabra como un texto nuevo, como
si lo
tuviéramos por primera vez ante la vista, pierde su caracter
de
vulgaridad ritual y florece en su propio significado.
Padre nuestro
Que estás en
los cielos
Santificado sea
tu nombre
Venga a
nosotros tu reino
Hágase tu
voluntad, así en la tierra como en el cielo
El pan nuestro
de cada día dánoslo hoy
Perdónanos
nuestras deudas como nosotros perdonamos a
nuestros
deudores
Y no nos deje
caer en la tentación
Mas líbranos
del mal
Con esta
petición de ayuda termina el Padre Nuestro
Aqui el
único elogio es la palabra Padre. Una alabanza que es
una
obligación, un testimonio de amor. A este Padre no se le
pide otro
bien temporal que un poco de pan - dispuesto a ganarlo
con el
trabajo, porque también el anuncio del reino es un trabajo
necesario
-, y se pide, además, el mismo perdón que concedemos
a nuestros
enemigos; una válida protección, en fin, para combatir
el mal,
enemigo común a todos, opaca muralla que nos impide
la entrada
al reino.
La más
bella de todas las oraciones es también recuerdo
cotidiano
de lo que nos falta para ser semejante a Dios.
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