Como muchos saben, una vez al mes nos venimos con mi esposo un par de días a Pinamar. Ya terminó el verano, pasó Semana Santa y Pinamar se convierte en una ciudad casi deshabitada. A pesar de contar con 40.000 habitantes hasta la próxima Navidad se ve así, obviamente sin mi dedo en la lente que no es parte del paisaje.
Mientras estamos en Buenos Aires no nos damos cuenta cómo nos vamos intoxicando de ruidos, de smog, de apuro, de violencia, de consumismo, etc. etc., pero al llegar acá el paisaje se convierte en un bálsamo para el alma.
Poner los pies en la arena, aunque sea con botas, me produce una felicidad indescriptible.
Unos minutos mirando el mar completan la carga que necesita mi espíritu para volver un mes más a una gran ciudad como Buenos Aires que lógicamente tiene también sus cosas maravillosas.
Poder disfrutar todo el año de estas escapadas es un privilegio del que estoy muy agradecida.
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